Yo no creo en dios pero...
si por acaso existe quiero asegurarme.
Kalelkar, discípulo de Gandhi, compartía la
habitación con un ingeniero que era ateo. Era éste de la misma casta que él,
pero dejó claro, en la conversación diaria, que era ateo y no creían en Dios en
absoluto. Kalelkar observó, sin embargo, que aquel ingeniero recitaba todas las
oraciones de la mañana y de la noche, sin dejar ni una, incluyendo todos los
ritos brahmánicos que el mismo Kalelkar hacía con tanto cuidado y fidelidad.
Finalmente le dijo un día: "Tú dices que no crees en Dios, y sin embargo
yo veo cómo todos los días recitas las oraciones con regularidad infalible.
¿Puedes explicarme el por qué? "Claro que sí", contestó el ingeniero
ateo. "Es verdad que yo no creo en Dios. Pero... si por acaso existe...
quiero asegurarme bien. Si al final resulta que hay Dios, quiero tener las
cuentas claras con él y por eso le presento mis respetos a diario mañana y
tarde. Prudencia ante todo, ¿no te parece?"
A Dios no le agrada ese tipo de adoración. No creo
que Dios disfrute obligando a la gente a arrodillarse y venerarlo por miedo y
temor. Si no crees, quédate donde estás y no hagas comedia. Más vale un ateo
honrado que un creyente fingido. Se nos ocurre a la mente ahora, la famosa
apuesta de Pascal. Al que no puede creer en Dios, Pascal le aconseja
comportarse "como si existiera y tuviera que estar sometido al juicio de
Dios, al final de la vida". Mejor colocarse en una posición segura de
manera tal que... si Dios existe, no tenga que quejarse de su conducta. Pero
esta no es fe, es una apuesta, un actuar como si... La fe, en cambio, es
"la garantía de lo que se espera y la prueba de las realidades que no se
ven" (He 11, 1)

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