martes, 18 de agosto de 2020

¿Por qué no nos hacemos ateos ?


¿Por qué no nos hacemos ateos ?


 C. Vallés narra esta impresionante experiencia que tuvo cuando estaba en la India como profesor de matemática en la universidad de Ahmedabad.


"Estoy - escribe - en la terraza de la residencia de estudiantes que forma parte de nuestro complejo universitario, ya algo a las afueras de la ciudad de Ahmedabad. A mis lados, y apoyados como yo en la barandilla de la terraza, del lado que mira hacia la ciudad, están varios estudiantes, con los ojos fijos como yo en el horizonte de la ciudad que todos conocemos muy bien, pero que hoy tiene algo nuevo, trágico que enseñarnos. De repente un chico grita: ¡Otra allá!. Y todos miramos a donde él señalaba con el brazo extendido, y vemos lo que él ve. Otra humareda negra y densa, a borbotones creciente sobre la línea del cemento. Y más allá, ... otra. Nadie las cuenta ya, porque se funden unas con otras creando una cortina turbia bajo el sol de la India. La ciudad arde, la ciudad querida, la ciudad tranquila, la ciudad de Gandhi, ciudad de nombre mahometano y tradición hindú donde ambas religiones han coexistido, hace ya siglos, calle a calle y hombro a hombro. ¿Por qué arden hoy sus casas, se enrojece su asfalto y se ennegrece su cielo?

Guerra de religiones. El Islam en la India a filo de espada. Se asentaron las razas y se establecieron las creencias. Se olvidaron las heridas y se ensayó la convivencia. Llevaba ya siglos funcionando. Pero de vez en cuando alguien apedrea a una vaca, sagrada para los hindúes, o alguien azuza un cerdo, impuro para los mahometanos, por en medio de una de sus procesiones. Y vuelve la sangre antigua a hervir en las venas... y a correr por las calles. Y luego las venganzas, y las venganzas de las venganzas. Y todo en nombre de Dios. Alláh o Akbar.
Seguimos mirando el triste espectáculo desde nuestra terraza. Algunos de los estudiantes son hindúes, otros mahometanos, otros cristianos. La ciudad arde. ¿Cuándo parará el odio? ¿Cuándo los hombres vivirán como hermanos?
Apenas hablamos y por eso oigo mejor y me impresiona más lo que uno de mis muchachos dice a mi lado dirigiéndose a mí:

"PADRE; SI NOS MATAMOS UNOS A OTROS PORQUE SOMOS DE RELIGIONES DISTINTAS, ¿NO SERÍA MEJOR QUE NOS FUÉRAMOS ATEOS?"

Todos oímos lo que este estudiante ha dicho y ninguno le contesta.
En esa misma terraza nos reunimos cada sábado por la noche todos los estudiantes bajo las estrellas y rezamos juntos por una hora, y yo les hablo de Dios y del amor y de la bondad, y todos cantamos cánticos religiosos y oramos en silencio y ofrecemos a Dios nuestra hermandad.
Pero ¿de qué sirve esa hermandad piadosa de los sábados por la noche cuando desde esa misma terraza vemos ennegrecerse los humos del odio en nombre del Dios mismo a quien acabamos de invocar? Todos mis sermones y todas nuestras plegarias han desaparecido en esa frase triste e inevitable: "Si nos matamos unos a otros en nombre de Dios, ¿por qué no nos hacemos ateos?"
Era la primera vez que escuchaba esta declaración de ateísmo en palabra viva de una persona concreta ante una situación seria, donde la proposición no parecía absurda. No era ya capítulo de libro de texto, no era tesis a refutar en un examen, no era objeto de 'diálogo' o manifiesto ideológico de partidos políticos, sino conclusión casi lógica de premisas reales que teníamos ante los ojos. Las premisas inmediatas eran las humaredas, la pólvora y la sangre; pero el error fundamental era el abuso que hacemos del nombre de Dios: "No nombrarás a Dios en vano". La tentación de usar a Dios ha estado siempre acerca de la ambición política. El mismo Hitler afirmaba que "Dios está con nosotros" y quería conquistar Europa y Rusia bajo la insignia de la cruz gamada del nazismo. En todos los continentes y en todos los campos se usa a Dios para justificar objetivos de partido. A corto plazo puede incluso a ayudar a la causa, pero a largo plazo daña a la fe. Quien manipula a Dios siembra ateísmo.

No es Dios la causa de las divisiones y las guerras, sino una falsa imagen de Dios, una imagen hecha por el hombre para que le sirva como bandera para dominar y explotar a sus hermanos.
Es sumamente importante descubrir el verdadero rostro de Dios que sólo Jesús nos puede mostrar. "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquellos a los que el Hijo quiere dárselo a conocer" (Mt 11, 27)

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