EL EVANGELIO DE HOY,
PARA HOY
(09-12-2020)
Por el Padre Guillermo Gómez
San Juan Diego.
San Mateo 11,28-30.
Dijo Jesús: Vengan a mí todos los que
están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.
Carguen sobre ustedes mi yugo y
aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán
alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana. Palabra del Señor.
A lo largo de
nuestra vida muchos de nosotros nos hemos hecho la pregunta de si Dios nos
abandona. El texto que hoy trae la liturgia nos da una respuesta.
Dios es el
creador de todo cuanto existe, pero no ha dejado su obra a la deriva, conoce
cada una de sus obras y a todas las llama por el nombre. Si el pueblo se había
sentido abandonado en el exilio y estaba cansado de esperar, el Señor nunca se
cansa y está atento a las súplicas de su pueblo.
La persona
fatigada encuentra en Él la fuerza necesaria para continuar el camino porque Él
cura todas las enfermedades perdona todas las culpas, pero sobre todo, colma de
gracia y de ternura como dice el salmista.
Jesús de
Nazaret expresa con unas palabras que nos llenan de consuelo toda esa
comprensión de la misericordia y bondad del Dios que se encarno: "Vengan a
mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré".
La presencia y
la historia de Jesús son decisivas en la humanidad. El da testimonio de que nuestra
historia vale, y camina hacia un tiempo de plenitud. El tiempo mesiánico
superará el oprobio, la injusticia y la violencia y significará la vida íntegra
para cada persona.
Jesús es la
primicia de ese nuevo mundo. Hacia él avanzamos en medio de la oscuridad de la
historia y la ambigüedad de nuestra naturaleza humana.
Nosotros no
podemos evadir nuestra realidad humana, la miseria de nuestros pueblos o el
resquebrajamiento de nuestra identidad cultural, como si fuera un padecimiento
imposible de redimir.
Jesús en su
historia y en su presencia efectiva entre nosotros nos muestra como es posible
hacerle frente al presente absurdo. La historia tiene un sentido y ese sentido
apunta hacia la esperanza definitiva de la que Jesús nos da testimonio.
Jesús nos
muestra que en el futuro y desde el presente es posible una comunidad humana en
la que el ser humano pueda vivir en plenitud, superando definitivamente la
injusticia.
El futuro de la
humanidad está en los pueblos que la conforman. Un mundo mejor, solidario,
fraterno que se puede construir desde aquí y ahora si adoptamos realmente la
esperanza que Jesús nos propuso.
Jesús nos enseñó
que el Reino era posible y que ya estaba empezando a estar presente en medio de
la humanidad. Dios siempre se ha mostrado dispuesto a estar a favor del pobre y
del débil. La palabra de la Escritura es un testimonio constante de esa actitud
de Dios.
Jesús hoy pide
que el pueblo se acerque a Él. Más allá de cualquier yugo, el suyo es el más
liviano. Y no es que no pese. Acercarse a Jesús implicará luchas, desalientos,
y hasta persecuciones. Pero aun esto es más digno que el yugo de las
superestructuras que oprimen las conciencias. En cambio, el seguimiento a Jesús
es producto de la libertad y lleva a la liberación más primaria: la del
espíritu.
Por eso los
pobres, los que en verdad se acercan a Jesús, son más libres de las
superestructuras. Saben que tienen al Señor de su parte y que lucha con ellos
por sus derechos y su libertad. No viven dependiendo de leyes que corten su
libertad. Su sabiduría milenaria les ha dado un espíritu especial para
discernir entre los cumplimientos opresores y la voluntad de Dios. Ellos están
con Jesús, y están más aliviados.
San Juan Diego.
San Mateo 11,28-30.
Dijo Jesús: Vengan a mí todos los que
están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.
Carguen sobre ustedes mi yugo y
aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán
alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana. Palabra del Señor.
A lo largo de
nuestra vida muchos de nosotros nos hemos hecho la pregunta de si Dios nos
abandona. El texto que hoy trae la liturgia nos da una respuesta.
Dios es el
creador de todo cuanto existe, pero no ha dejado su obra a la deriva, conoce
cada una de sus obras y a todas las llama por el nombre. Si el pueblo se había
sentido abandonado en el exilio y estaba cansado de esperar, el Señor nunca se
cansa y está atento a las súplicas de su pueblo.
La persona
fatigada encuentra en Él la fuerza necesaria para continuar el camino porque Él
cura todas las enfermedades perdona todas las culpas, pero sobre todo, colma de
gracia y de ternura como dice el salmista.
Jesús de
Nazaret expresa con unas palabras que nos llenan de consuelo toda esa
comprensión de la misericordia y bondad del Dios que se encarno: "Vengan a
mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré".
La presencia y
la historia de Jesús son decisivas en la humanidad. El da testimonio de que nuestra
historia vale, y camina hacia un tiempo de plenitud. El tiempo mesiánico
superará el oprobio, la injusticia y la violencia y significará la vida íntegra
para cada persona.
Jesús es la
primicia de ese nuevo mundo. Hacia él avanzamos en medio de la oscuridad de la
historia y la ambigüedad de nuestra naturaleza humana.
Nosotros no
podemos evadir nuestra realidad humana, la miseria de nuestros pueblos o el
resquebrajamiento de nuestra identidad cultural, como si fuera un padecimiento
imposible de redimir.
Jesús en su
historia y en su presencia efectiva entre nosotros nos muestra como es posible
hacerle frente al presente absurdo. La historia tiene un sentido y ese sentido
apunta hacia la esperanza definitiva de la que Jesús nos da testimonio.
Jesús nos
muestra que en el futuro y desde el presente es posible una comunidad humana en
la que el ser humano pueda vivir en plenitud, superando definitivamente la
injusticia.
El futuro de la
humanidad está en los pueblos que la conforman. Un mundo mejor, solidario,
fraterno que se puede construir desde aquí y ahora si adoptamos realmente la
esperanza que Jesús nos propuso.
Jesús nos enseñó
que el Reino era posible y que ya estaba empezando a estar presente en medio de
la humanidad. Dios siempre se ha mostrado dispuesto a estar a favor del pobre y
del débil. La palabra de la Escritura es un testimonio constante de esa actitud
de Dios.
Jesús hoy pide
que el pueblo se acerque a Él. Más allá de cualquier yugo, el suyo es el más
liviano. Y no es que no pese. Acercarse a Jesús implicará luchas, desalientos,
y hasta persecuciones. Pero aun esto es más digno que el yugo de las
superestructuras que oprimen las conciencias. En cambio, el seguimiento a Jesús
es producto de la libertad y lleva a la liberación más primaria: la del
espíritu.
Por eso los
pobres, los que en verdad se acercan a Jesús, son más libres de las
superestructuras. Saben que tienen al Señor de su parte y que lucha con ellos
por sus derechos y su libertad. No viven dependiendo de leyes que corten su
libertad. Su sabiduría milenaria les ha dado un espíritu especial para
discernir entre los cumplimientos opresores y la voluntad de Dios. Ellos están
con Jesús, y están más aliviados.
San Juan Diego.
San Mateo 11,28-30.
Dijo Jesús: Vengan a mí todos los que
están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.
Carguen sobre ustedes mi yugo y
aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán
alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana. Palabra del Señor.
San Juan Diego.
San Mateo 11,28-30.
Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana. Palabra del Señor.
A lo largo de
nuestra vida muchos de nosotros nos hemos hecho la pregunta de si Dios nos
abandona. El texto que hoy trae la liturgia nos da una respuesta.
Dios es el
creador de todo cuanto existe, pero no ha dejado su obra a la deriva, conoce
cada una de sus obras y a todas las llama por el nombre. Si el pueblo se había
sentido abandonado en el exilio y estaba cansado de esperar, el Señor nunca se
cansa y está atento a las súplicas de su pueblo.
La persona
fatigada encuentra en Él la fuerza necesaria para continuar el camino porque Él
cura todas las enfermedades perdona todas las culpas, pero sobre todo, colma de
gracia y de ternura como dice el salmista.
Jesús de
Nazaret expresa con unas palabras que nos llenan de consuelo toda esa
comprensión de la misericordia y bondad del Dios que se encarno: "Vengan a
mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré".
La presencia y
la historia de Jesús son decisivas en la humanidad. El da testimonio de que nuestra
historia vale, y camina hacia un tiempo de plenitud. El tiempo mesiánico
superará el oprobio, la injusticia y la violencia y significará la vida íntegra
para cada persona.
Jesús es la
primicia de ese nuevo mundo. Hacia él avanzamos en medio de la oscuridad de la
historia y la ambigüedad de nuestra naturaleza humana.
Nosotros no
podemos evadir nuestra realidad humana, la miseria de nuestros pueblos o el
resquebrajamiento de nuestra identidad cultural, como si fuera un padecimiento
imposible de redimir.
Jesús en su
historia y en su presencia efectiva entre nosotros nos muestra como es posible
hacerle frente al presente absurdo. La historia tiene un sentido y ese sentido
apunta hacia la esperanza definitiva de la que Jesús nos da testimonio.
Jesús nos
muestra que en el futuro y desde el presente es posible una comunidad humana en
la que el ser humano pueda vivir en plenitud, superando definitivamente la
injusticia.
El futuro de la
humanidad está en los pueblos que la conforman. Un mundo mejor, solidario,
fraterno que se puede construir desde aquí y ahora si adoptamos realmente la
esperanza que Jesús nos propuso.
Jesús nos enseñó
que el Reino era posible y que ya estaba empezando a estar presente en medio de
la humanidad. Dios siempre se ha mostrado dispuesto a estar a favor del pobre y
del débil. La palabra de la Escritura es un testimonio constante de esa actitud
de Dios.
Jesús hoy pide
que el pueblo se acerque a Él. Más allá de cualquier yugo, el suyo es el más
liviano. Y no es que no pese. Acercarse a Jesús implicará luchas, desalientos,
y hasta persecuciones. Pero aun esto es más digno que el yugo de las
superestructuras que oprimen las conciencias. En cambio, el seguimiento a Jesús
es producto de la libertad y lleva a la liberación más primaria: la del
espíritu.
Por eso los
pobres, los que en verdad se acercan a Jesús, son más libres de las
superestructuras. Saben que tienen al Señor de su parte y que lucha con ellos
por sus derechos y su libertad. No viven dependiendo de leyes que corten su
libertad. Su sabiduría milenaria les ha dado un espíritu especial para
discernir entre los cumplimientos opresores y la voluntad de Dios. Ellos están
con Jesús, y están más aliviados.

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