Nunca hay que desanimarse.
Nos cuenta Martin Descalzo, en uno de sus libros:
"Razones para la alegría; la esperanza; para el amor; para vivir; y 'de la
otra orilla" que una mujer, Carmen Gomez Ojea, madre de cinco hijos, ganó
en sólo un mes dos importantes premios literarios. Lo que más he admirado en
esta mujer, nos dice, es que el año anterior se había presentado a trece concursos
y, en lugar de desalentarse por los repetidos fracasos, siguió luchando y
esperando, hasta que finalmente ganó.
Hace falta un gran coraje nada usual para seguir
creyendo en uno mismo y en la propia obra después de trece desencantos. Y hace
falta también continuar creyendo en la honradez de los demás para no refugiarse
en el dicho común: "en este mundo todo es trampa y corrupción".
En la tele han transmitido hoy la quinta sinfonía de
Bruckner; una belleza soberana. Y pensar que su autor sólo pudo lograr oírla en
un estreno 19 años después de haberla compuesta. Sólo una enorme fe en su obra
y en su obligación de realizarla pudo ayudar a Bruckner a seguir componiendo
nuevas sinfonías, mientras ese milagro de la quinta permanecía enterrado.
Y pienso ahora en Teilhar de Chardin, que tuvo el
infinito coraje de escribir 20 y más libros sin lograr publicar en vida uno
solo.
Y pienso también en Mozart que escribió la sonada
más famosas, la 545, dos días después de que se muriera '¡de hambre! una de sus
hijas. El mismo Mozart, mientras su mujer, en un balneario, le ponía a él en
ridículo coqueteando con todos, él acudía a las casas de los ricos y se llenaba
los bolsillos de croquetas y bocadillos para poder comer en los días
siguientes.
La vida es una larga paciencia y el desaliento es
una gran cobardía. Si vivimos de fe, es decir, abandonados a la providencia de
Dios, tenemos toda la energía, la fuerza y la confianza para ocuparnos de
tantas cosas que no podríamos hacer si tuviéramos preocupados por nosotros
mismos.
La pre-ocupación nos quita fuerza para ocuparnos de
nosotros mismos y de los demás. Cuando uno está PRE-OCUPADO ya no tiene toda la
serenidad para pensar y actuar con toda seguridad y energía. Queda atrapado por
la angustia, el miedo, la ansiedad que le quitan las fuerzas para realizar los
proyectos que Dios tiene sobre nosotros.

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