Cuentos que acompañan
la meditación de los Misterios Gloriosos
del Rosario
Primer
Misterio Glorioso:
La
Resurrección de Jesús:
Al tercer día, de haber
muerto, las mujeres descubren la tumba vacía y María Magdalena abraza al
Resucitado.
En la vida, todo es una
sucesión de muerte y vida nueva. La flor que muere y deja su semilla, la
semilla que se hace brote… El embarazo que termina: el niño que nace. Se termina la infancia, nace la adolescencia. Fin de la primaria, comienzo de la
secundaria. Los hijos que se van, las
nueras y yernos que vienen. Los hijos ya
son adultos, pero hay nuevos niños: los nietos…
Y cuando llega la
muerte… El sol que se oculta en éste horizonte, está naciendo en otro.
Pero cuando Jesús muere
y resucita, ilumina con su resurrección todo lo que en nosotros es muerte. No hablamos de una continuidad de vida en un
mismo plano sino de un salto cualitativo.
Al resucitar Cristo, nuestras
muertes alcanzan un nivel de vida a la altura de Dios mismo, de modo que
gozamos de Su misma Naturaleza.
Un
Cuento:
Un hombre sabio
caminaba por un bosque cuando escuchó que alguien estaba llorando. Se dejó guiar por el sonido de aquel llanto y
llegó a donde había un hombre de color, sentado en un tronco de un árbol caído,
gimiendo con su rostro entre sus manos.
-
¿Quién
eres? - preguntó el hombre sabio.
-
Me
llaman ‘Jurica’. Respondió aquella alma en pena.
-
¿Qué
te pasó?
-
Me
quitaron lo único que tenía – Contestó Jurica.
El sabio se entristeció
y le dijo: ¡Cuéntame!
-
Desde
que nací tenía una habitación donde moverme y cadenas en mis manos y pies. Ahora me quitaron todo eso.
El sabio se rió y le
dijo:
-
¿Y
te entristeces? ¿No sabes que te han quitado aquello que te esclavizaba? Te han sacado la cárcel pero te regalaron al
mundo para que lo andes. ¡Te quitaron las cadenas, pero te entregaron
la libertad!
Segundo
Misterio Glorioso:
La
Ascensión de Jesús al Cielo:
Jesús vuelve al Padre
sin dejar al hombre. Cristo se eleva y
nos enaltece a nosotros en calidad de hijos de Dios.
Un
Cuento:
Cuando la familia
Hernández se mudo, el hijo mayor salió a explorar el lugar. Al regresar se encontró con su hermano y le
dijo:
-
He
recorrido los terrenos de nuestra estancia y he visto animales que nunca antes
había visto, árboles gigantes, montes tupidos y flores exóticas. Sería lindo si en algún momento salieras a
realizar un recorrido aunque con tu baja estatura, (dijo con cierta malicia) no
creo que puedas ver demasiado.
A la mañana siguiente
salió a pasear el hermano menor y, al regresar, le dijo al mayor:
-
Tenías
razón. He visto todo lo que me contaste y, además, un pueblito que queda
bastante cerca, un arroyo que desemboca en una laguna y allá, al fondo, una
cadena de montañas.
El hermano mayor que
creía que le tomaba el pelo le contestó:
-
Yo
no vi nada de eso. ¡Cómo me decís que
vos sí!
-
Es
que me subí a un gran árbol
Jesús Resucitado subió
a los cielos. Y, nosotros, podemos
subirnos en Él y con Él. El sueño de
Jacob, de la escalera que unía la tierra con el cielo es real. Es Jesucristo: la posibilidad de
ascender. Quien deja que Jesús lo eleve,
ve la vida desde otra perspectiva. Ve
cosas que el común de la gente, por sí misma, no ve.
Tercer
Misterio Glorioso:
La
venida del Espíritu Santo:
Pentecostés es el
misterio que enuncia la venida del Espíritu Santo sobre María y los apóstoles
reunidos en oración.
Un
Cuento:
Un cuervo conversaba
con un pequeño brote en una tierra cultivada en un lugar llamado ‘Villa
Pentecostés’ y le decía:
-
Eres
tan pequeña que podría acabar con tu vida de un solo picotazo.
-
Ya
lo sé – respondió el pequeño brote – Tan sólo, ¡ten piedad de mí!
- No
hará falta que yo te elimine. Tan pronto como te vea el patrón hará que te
arranquen. Esta tierra es para el trigo,
no para ti.
El pájaro voló y emigró
lejos de ahí. Había hecho su casa y se
había instalado en las cercanías de una granja. Pero después de mucho tiempo,
un voraz incendio, acabó con aquel lugar y el cuervo, con su familia, salió a
buscar refugio. El ave, ya anciana,
decidió volver a ‘Villa Pentecostés’. Al
llegar encontró un gran árbol que le habló diciendo:
-
Soy
yo, aquel pequeño brote de soja.
-
¿Y
cómo es que sobreviviste? – preguntó el cuervo.
-
El
patrón decidió que éste era un buen lugar donde mantener una sombra para
descansar en medio del trabajo.
-
¿Y,
cómo creciste tanto?
-
Ah! Todo lo que soy hoy no es mérito mío. Se lo debo a la tierra que me alberga, pero
por sobre todo a lo que me vino de lo alto: La cálida luz del sol, el aire y la
lluvia. Son ellos los que me hicieron crecer.
Y, ¡tan agradecido estoy que ahora sólo vivo para dar! Te ofrezco mis
ramas para cobijarte a ti y a tu familia.
Qué hermoso es cuando
viene el Espíritu de Dios y donde había un grupo de personas que oraban bajo un
árbol, con el tiempo se encuentra un Templo; donde alguien compartía su pan con
el hambriento, un comedor comunitario; donde alguien cobijaba a un niño o un
anciano, luego, un orfanato o un asilo…
Así como pasó por aquel
grupo de hombres temerosos reunidos en oración, a la par de María, y luego, por
el toque del Espíritu, nació una Comunidad testimonial de la Presencia de
Cristo Resucitado. Aquellos hombres
cobardes se transformaron en mártires.
Así, quien antes no
sabía hablar, se transformó en predicador; el temeroso, en temido; quien era
pobre, distribuye riquezas; quien era perseguido, entrega perdón; el que era
enfermo, sana a los demás; el que era ignorante, instruye en la Sabiduría…
Cuarto
Misterio Glorioso:
La
Asunción de la Virgen María:
María, partícipe desde
su ‘Sí’ en la anunciación, habiendo traspasada por el dolor de la pasión, goza
de la gloria de su Señor.
María, íntimamente
relacionada a la Vida de su Hijo, compartió tanto sus gozos, los aplausos y los
vivas como sus sufrimientos, rechazos e injusticias.
Desde el momento que
dio de su carne para la encarnación del verbo, su misma carne, estuvo llamada a
compartir su suerte. Tanto en la cruz
del Señor, donde una espada de dolor atravesó su corazón, como en la dicha de
la Resurrección.
Jesús que asciende al
Cielo no se olvida de su Madre y se la lleva consigo. No para apartarla de nosotros sino para hacer
milagro… Esta vez no multiplica panes para el hambre del mundo sino que
multiplica su maternidad para sanar a la humanidad de ese sentimiento de
orfandad.
Un
Cuento:
La madre de Felipe
había contratado a una salvavidas para que enseñara a nadar a su hijo. La
instructora que se llamaba María, todos los días, durante el verano, fue con el
niño a la playa.
Lo llevaba de la mano,
entraban juntos al agua calma de la bahía, lo sujetaba del vientre para que
diera sus brazadas y pataleadas. Pasaron
las vacaciones y Felipe aprendió a nadar.
Al año siguiente Felipe
volvió a la playa y se sentía sólo, hasta que vio a María, allá arriba, en una
torre de vigilancia y le preguntó:
-
¿Qué
haces allá arriba?
-
Me
contrataron como guarda de toda la playa – respondió María.
-
Bájate,
te necesito cerca para que me cuides.
-
Ahora
ya sabes nadar por ti mismo. Puedes
moverte con libertad, pero yo desde aquí te estaré cuidando y estés donde estés
te seguiré con mi mirada para estar atenta a socorrerte a penas lo necesites.
Y, así como contigo, hago con todos los demás.
Felipe comprendió y ya sea que jugara,
nadara o descansara, sabía que la mirada de María estaba sobre él y se sentía
seguro… Se sentía acompañado.
Quinto
Misterio Glorioso:
La Coronación de María como Reina y Señora de todo lo creado:
María, a quien se le
confió la maternidad sobre el Hijo de Dios, ahora la tiene sobre el Cristo
Total, que recapitula todo lo creado en el gran Cuerpo Místico del Señor.
Una madre siempre está
llamada a ser reina en el corazón de sus hijos y, la madre de Jesús es madre de
la Iglesia y de toda la creación, porque todo cuanto existe está llamado a ser
en Cristo, para Dios Padre, Cristo mismo. Cuando Dios creaba todas las cosas estaba
preparando el Cuerpo para su Hijo.
Dice San Pablo que todo
cuanto existe es nuestro, que nosotros somos de Cristo y que Cristo es de Dios
Padre. Al unirnos al Señor, como su
Cuerpo Místico, la maternidad de la Virgen sobre Jesús, se extiende a todo lo
creado. Y, como toda madre, con una vocación a ser reina en el corazón de sus
hijos.
Así como una madre
siente que su maternidad se expande sobre la familia de sus hijos. Para ella, cuando un hijo se casa, no lo
pierde sino que sabe que ahora tiene una nueva hija: a su nuera. ¿Y cuando llegan los nietos? ¿Acaso en el
idioma inglés no se llama a la abuela ‘Gran Madre’?
La Virgen María tiene
la vocación de ser Reina en nuestros corazones ¿Cómo dejamos que ella ejerza su
reinado?
Un
Cuento:
Discutían dos amigos
sobre religión. Los dos eran cristianos pero uno, Alfredo, decía que la
devoción a la Virgen María estaba demás.
Que para el creyente sólo le bastaba su fe en Cristo Jesús, único
Mediador entre Dios y los hombres. Que
era una abominación la adoración a María.
El otro, muy mariano,
llamado Tomás, después de escuchar con paciencia le dijo:
‘Ningún cristiano en
serio puede adorar a María porque sólo Dios es digno de adoración. Pero ningún seguidor de Jesús, en serio,
puede menospreciar a la Madre de su Maestro.
Mírala a Ella intercediendo por los novios en las Bodas en Caná de
Galilea. Míralo al Señor entregándola a
su discípulo amado al pié de la cruz. ¿Acaso no te sientes amado para saberte
representado por aquel que la llevó consigo como madre propia?
Piensa en lo que enseñó
San Pablo diciéndonos que tengamos los mismos sentimientos que Cristo Jesús.
¡Cómo habrán sido los sentimientos filiales de Cristo para con María! ¡Cómo
deberían ser los tuyos!
Hay un río que lleva al
océano como un Cristo que lleva al Padre.
Navegamos en sus aguas en una balsa, que es María, nuestra Madre. Ella no te llevará a otra parte. No te dejará
ahogar a mitad de tu recorrido. Hará que compartas tu viaje con otros. Tu
cansancio aliviará.
En los sentimientos de
María sólo está el Señor, deja que ella reine en tu corazón y te sabrás siendo
parte del Reino de Dios.
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