lunes, 27 de julio de 2020

14 Cuentos para 14 Estaciones

Vía Crucis con cuentos




Primera Estación

Jesús es condenado a muerte

Cuento: 'El Juicio que libera'

Cuando murió Pancracio, su alma voló al cielo donde se encontró con su ángel de la guarda que le dijo: ‘El Señor me ha pedido que te requiera un servicio… Tienes que juzgar a Jacinto porque sabemos que él ha sido muy injusto contigo.  Dinos cuál es tu apreciación.’ Pancracio hizo un momento de silencio como para repasar escenas de su vida y dijo:
‘Jacinto siempre me menospreció, pero indudablemente, nunca tuvo a alguien que lo valorara debidamente.  Sus agresiones no son más que un reflejo de todas las que recibió en su vida.  Debería verlo como victimario pero no puedo verlo de otra manera que no sea de víctima.  Sufrió consigo mismo las 24 horas del día.  Digo que merece reposar de todo ello y que merece el perdón’
El ángel de la guarda sonrió y le dijo: `Puedes pasar a gozar a la presencia del Señor. Porque tú mismo has sido descalificante con tus propios hijos e intolerante con sus faltas, pero tu juicio sobre Jacinto recae sobre ti, la clemencia y comprensión que has demostrado son una puerta que has abierto para recibir la Misericordia de Dios’.
La vida refleja lo que das:
Si sentencias, te condenas.
Si perdonas, te liberas.
Si te lavas las manos, nadie se jugará por ti.
Si te juegas por otro, nunca estarás desamparado.

Segunda Estación

Jesús carga la cruz

Cuento: 'Más sabe Dios'

Bajo el ardiente sol de verano, muchos cargaron sobre los hombros de Juan, los maderos de la cruz. Una cruz por día, del trabajo a su casa, por aquel mote que lo disminuía. Una cruz por el desprecio de su piel oscura, otra por su poca cultura, y otra por su baja estatura, y otra…
Juan llegaba a casa extenuado y de rodillas ante el Cristo crucificado preguntaba por qué permitía aquello, y luego pedía alivio. Jesús le decía: El tiempo te dirá los por qué, ahora deja a mis pies tus cruces. Yo soy tu bálsamo y fortaleza.
Muchos días pasaron y así pasó el verano.  Luego vino el invierno: el más frío que haya habido, el más cruel y despiadado.  Supo de sus enemigos que habían muerto congelados, pero él, del pie de la cruz de su Cristo crucificado, tomó los leños que había cargado y encendió un fuego en su hogar.  El calor iluminó su casa en esas crueles noches nevadas y Cristo sonriendo le dijo: ¿Ahora sabes por qué permitía que cargaran los leños sobre tus hombros? Las cruces que con amor llevaste son ahora las que te dan vida.

Tercera Estación

Jesús cae por primera vez

Cuento: ¿Puede salir el bien de un mal?

Yo soy testigo de lo que aconteció con mi padre, don Pedro. Erguido como una ‘I’ latina, de una rectitud inigualable. Exigente hasta el extremo con los demás. Un juez inflexible que dejaba caer todo el rigor de sus comentarios sobre las espaldas de las faltas ajenas. Un hombre autosuficiente que no precisaba de los demás ni de Dios.
Un buen día lo alcanzó una terrible enfermedad.  Cayó en cama y, en esa caída, cayeron su orgullo y altanería. No habría vuelta y, de ahí en más, cada vez se hundía más.  Entre mamá, mis hermanos y yo, lo higienizábamos y alimentábamos.
Y, mientras su cuerpo decaía, su espíritu reaccionó.  Un día pidió a mamá que rezara a su lado el rosario.  Luego me pidió a mí que le leyera un pasaje de las Escrituras. Y, por fin, a mi hermana mayor, le solicitó un sacerdote.  El Cura nos contó, después, que nunca en su vida había realizado una confesión tan sincera y profunda.
Murió a los tres días con una sonrisa en su rostro.  Su cuerpo había caído bajo el peso de la cruz de la enfermedad pero, esa misma cruz, movilizó a su alma para que se elevase como las ramas de un árbol, en la búsqueda de la Luz.

Cuarta Estación

Jesús encuentra a su madre

 Cuento: 'Fuerza en la debilidad'

Un deportista se había propuesto hacer una obra de beneficencia, para ello pensaba que podría superar el record de kilómetros recorridos en carrera.  Para ello entrenó duramente, hasta que llegó el gran día.  Con la presencia de un escribano y testigos comenzó su maratónica proeza.
Estaba ya en los últimos kilómetros cuando comenzó a sentir el golpe de la debilidad.  Ese día había sido desfavorable ya que el sol hacía sentir el furor de su fuego.  El deportista tomó la medalla que colgaba de su cuello, la apretó en su derecha, y sintió una enorme corriente eléctrica que recorrió su cuerpo.  Era como si le hubieran inyectado una dosis de energía.
Al llegar a la meta lo esperaban los aplausos y los periodistas.  Cuando le preguntaron a qué le debía el éxito de su hazaña respondió sin dudar: ‘A mis madres’.  Ella me dijo que oraría por mí y me dio esta medalla de la Virgen que llevo en mi cuello.  Cuando pensaba que ya no podía más me acordé de ella y al tocar la imagen de Nuestra Señora sentí la presencia de mi mamá con sus oraciones y el auxilio de la Virgen, mi madre celestial’

Quinta Estación

Simón de Cirene ayuda a Jesús

 Cuento: 'Todo vuelve'

Cuando Felipe quedó sin trabajo porque había quebrado la fábrica en la que trabajó durante, casi, toda su vida, salió a buscar trabajo.  Leía diariamente el periódico donde se sentía discriminado por su edad y cuando descubría una oportunidad, debía someterse a largas filas de candidatos para ser un entrevistado más.
Un día estaba llegando a una sucursal de una gran empresa divisó una fila de hombres a la cual debía sumarse. Pasando por el costado del edificio vio una camioneta lujosa estacionada.  Un anciano bajaba cajas que entraba por una puerta y subía por una escalera.
Él se ofreció para ayudarlo. Prefería eso a volver a repetir la frustración de una espera infructífera.  El viejo aceptó con gusto y él comprobó que las cajas, aunque pequeñas, eran verdaderamente pesadas.
Mientras realizaba el trabajo el anciano le preguntó de dónde era y qué estaba haciendo. Él respondió narrándole su situación y su desesperanza.
‘Tienes suerte, amigo’ le dijo aquel extraño. ‘Yo soy Justo Mercado, el dueño de esta cadena de Supermercados.  Tú me has ayudado, yo te retribuiré, desde mañana tienes trabajo’
… Cuando ayudamos a los demás con sus cargas, se alivian las nuestras…

Sexta Estación

La Verónica limpia el rostro de Jesús


Cuento: 'Para ver el Sol'

En la cima de la montaña, un indio elevaba sus brazos hacia el sol y dejaba que su luz bañara su rostro, aunque sus ojos estaban cerrados.  Toda su tribu honró por siempre al astro rey como a su dios, incluso su padre había quedado ciego por eso de querer verlo todos los días.  El indio hablaba con su estrella diciendo:
‘Te honraré con toda mi alma y vida, pero tú, que eres luz, no me prives de poder gozarte. Déjame verte sin perder mis ojos’.
El sol le respondió:
‘Tus ojos no están preparado para ello pero puedes gozar de mi luz en todas las cosas.  Todas ella me reflejan y cada una a su modo. Cada creatura que ves, de acuerdo a su capacidad de recibirme o rechazarme, algo tiene de mi claridad y lo expresa en la amplia gama de colores que puedes apreciar.  Puedes honrarme y disfrutarme en ellas…’

Séptima Estación

Jesús cae por segunda vez


Cuento: 'Sobre las 'cosas''

Lo llamaban Nano, por no decirle enano, y los empleados lo conocían con el apodo de ‘Sin piedad’, en alusión al traro que tenía para con ellos, sin darse cuenta que ese apodo, también le calzaba justo en lo que respecta a su nula relación con Dios, aunque sus padres le habían enseñado el camino de la fe.
Un día, después de haber hecho una fuerte apuesta en la bolsa de comercio, se enteró de su pérdida. Al instante recibió un llamado diciendo que su fábrica se había incendiado dejando un saldo de 5 víctimas fatales entre sus empleados. Cuando llamó a la compañía de seguros se anotició de que la póliza estaba vencida por la falta del último pago…
Como si fuera la historia de Job, pero al revés, esta vez fue Dios quien visitó al diablo.  El demonio le dijo al Señor: ‘¡Has visto a Nano! ¡Has visto cómo ni siquiera te desprecia porque no tiene tiempo para Ti! ¡Ni siquiera te tiene en cuenta!  Y el Señor le contestó: ‘Eso porque lo has enredado en tu trampa del éxito material.  Le quitaré las cosas y verás cómo volverá a mí…
Nano, desesperado en su quiebra recordó a su madre, cuando algo malo le pasaba perseveraba aún más fuerte en la fe. Cuando él necesitaba mejorar alguna nota para salvar la materia en el colegio su madre lo enviaba a estudiar, pero antes, le enseñaba a unir sus manos y orar pidiendo ayuda.
Se fue a una gran catedral y cuando entró vio en un confesionario a un anciano sacerdote con el rosario en la mano en absoluta soledad. Como si lo estuviera esperando a él. Se acercó, se arrodilló y comenzó su confesión diciendo: ‘He estado lejos de Dios.  Me di cuenta, cuando tuve una fuerte caída a nivel económico, que hacía mucho tiempo que estaba caído espiritualmente. Como el hijo pródigo quiero levantarme y volver a la Casa de mi Padre’
Al otro día la bolsa de comercio hizo un giro imprevisto que lo dejó millonario con lo que reconstruyó la fábrica tomando, incluso, nuevos empleados.  De la aseguradora le hablaron pidiendo disculpa porque en una falla del sistema no se había registrado el último pago.  Cuando cobró del seguro destinó una buena parte para llevárselo a las familias damnificadas por las pérdidas de sus seres queridos y otra parte para donar a la Iglesia donde, cuando se manifestó pobre, había alcanzado el perdón y el camino de regreso al Señor…
Dios volvió al Cielo, pero antes de irse del infierno, sonriendo, le guiño el ojo al diablo diciéndole: ‘Los bienes materiales no son malos, recuerda que soy el creador de todo, incluso de ti.  Ellos pueden ser muy buenos cuando quien los administra tiene un corazón bueno’.

Octava Estación
Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén

Cuento: 'En el mismo barco'
Un grupo de tres mujeres de muy buena posición económica… De la alta alcurnia… habían decidido realizar un viaje en crucero.  El navío que tomaron se llamaba Titanic…
Todos conocen la historia de éste barco y cuál fue su destino.  La cosa es que después que el buque chocó contra el iceberg, la gente se agitaba por la cubierta de una punta a la otra, mientras que estas tres gordas, envueltas en pieles, como simples espectadoras, vieron  pasar al capitán corriendo y una de ella lo frenó para decirle:
‘¡Capitán, no sabe cuánto lamentamos su pérdida!’
Aquel hombre se detuvo incrédulo por lo que escuchaba y les respondió con crudeza: ‘¡Señoras, no sean estúpidas! ¡Preocúpense ustedes en cómo salvar sus propias vidas!’

 Novena Estación

Jesús cae por tercera vez


Cuento: 'El día queTopito'

Tony, el pequeño payasito del circo, era un niño de 8 años que hacía muy poquito trabajaba a la par de su papá: El gran payaso Topito.
Ese día habían renovado la rutina donde Topito cruzaría por la cuerda floja, a unos tres metros sobre el suelo.  Una altura que es baja para lo que se estila cuando la travesía la realiza un equilibrista, pero que es alta para un número que no contaba con una red de seguridad.
El payaso caminaba ayudándose para el equilibrio de una pequeña sombrillita de colores. Avanzaba exagerando el temblequeo de sus piernas. Daba pasos muy pausados, elevando exageradamente un pie antes de apoyarlo y, cuando estaba a mitad del camino, dramatizaba un ataque de pánico, daba la vuelta y regresaba corriendo al punto de partida.  A todo esto Tony, lo acompañaba desde abajo estirando sus brazos como para retenerlo en caso de que cayera.
Los gritos de terror del padre y los del niño dándole ánimo hacían reír a todos los espectadores cuando, desafortunadamente, un pié pisó el cordón desatado de la gran bota roja de su otro pié.
Topito se precipitó al piso y todo el mundo hizo una gran exclamación seguida de un silencio.  Tony, llorando, se agachó para ayudarlo y gritaba: ‘¡Papá, papá…!’. La gente no pudo contener el llanto.  Pero Topito miró a su hijo y le guiñó un ojo. Se levantó y salió caminando exagerando su cojera y gritando como payaso: ‘ Aaaaaaayyyyy que dolooooor’
La sombrillita quedó colgada de su manija en la cuerda floja. Topito subió a la cuerda haciendo alaridos exagerados y la gente de pié aplaudía.  Caminó, recuperó la sombrillita.  Bajó y se abrazó con su hijo para después saludar al público.
Todo el elenco del circo recordó para siempre ese día como ‘el día que Topito cayó'.  Todos menos Tony que lo recordaba como ‘el día que papá se levantó’

Décima Estación

Despojan a Jesús de sus vestiduras


Cuento: ¿Quién eres?

Un día, Zulma, estaba en oración reclamando ante Dios porque consideraba que no la escuchaba.
‘Yo, que hago donaciones para Cáritas, que soy catequista de los niños que se preparan a la confirmación, que me presto de voluntaria para limpiar el Templo…’ Y la lista seguía largamente… ‘Te pido que me ayudes y ¿no me escuchas…?’
Jesús se apareció a Zulma y ante la sorpresa de ésta, le preguntó: ‘¿Quién eres?’
La mujer, sorprendida respondió: ‘¿Cómo que quién soy? ¿No me conoces? ¡Soy Zulma!’
Jesús sonrió y le dijo: ‘No te pregunté el nombre sino ¿quién eres?
-       ‘Soy la catequista de comunión… de la Parroquia ‘San  Mateo’, a veces limpio el pi…’
-       ¿Te pregunté cuáles eran tus trabajos en la comunidad? – Interrumpió el Señor
-       ‘Soy la esposa de Julián, mamá de Pedro y pablo’
-       Yo no te pregunté ni con quién te casaste ni a quién pariste.  Te pregunto: ¿Quién eres?
Zulma desahuciada y desconcertada le respondió: ‘Yo vivo… Ya sé’ – reaccionó- ‘Me vas a decir que no me preguntaste la dirección.  Si te digo que soy mujer, me vas a decir que no me preguntaste cuál es mi sexo’ –Después de un silencio dijo: ‘No sé quien soy’
-       ‘Cuando te dirijas a mí no te presentes con títulos ni pretensiones. No preciso de tu ‘curriculum vitae’. Despójate de todo lo que no eres tú. Ven a mí como ese misterio que permanece insondable a tu propio conocimiento.  Tú, creatura e hija del Dios Altísimo, no sabes de tu valor, ya que pudiste pensar que, a pesar de que die di mi vida por ti, no eres digna de ser escuchada por mí’
-       ‘Perdón, Señor.  Así como me veo ahora, despojada de todo, sé que te he pedido cosas superficiales, como para aumentar la cobertura de mi ego.  Así, despojada de todo, ahora sé que ya me lo diste todo, porque sólo Tú me bastas’


Decimoprimera Estación

Jesús es crucificado


Cuento: Pasión y Acción

Doña Clara había sido, desde siempre, la misma mujer inquieta moradora en el mismo barrio de ‘Cruz alta’.  Llevaba el pan al necesitado, visitaba al enfermo, consolaba al triste, rezaba el Rosario en los velatorios… Pero un día la gente la extrañó, ya no salía de casa. Había sufrido una caída y, por eso de la edad, ya no pudo levantarse de la silla de ruedas.
Una amiga suya, Sara, que la fue a visitar se lamentaba de su suerte diciéndole de cuántas personas sufrían su ausencia por la falta de su caridad. Doña Clara esperó con paciencia a que su amiga terminara su discurso y luego con amabilidad le dijo:
‘Te equivocas, Sara… Desde que estoy aquí, anclada a esta silla, no me he retirado de esta imagen de Cristo crucificado.  Meditando en su pasión aprendí que Él hizo mucho en sus tres años de ministerio: predicó, curó y alimentó multitudes… Pero cuando fue clavado en la cruz hizo mucho más por toda la gente de su época y por las personas de todos los tiempos.  Así que yo, humildemente, sintiendo que comparto su suerte en la cruz, estoy rezando por la paz del mundo, por los angustiados, por los hambrientos y desnudos, por las almas del purgatorio… La paz que recibo durante mis oraciones me dan la pauta de la eficacia de las mismas… Dile a nuestros vecinos que no me olvidé de ellos. Todos los días los pongo en manos del Señor.

Decimosegunda Estación
Jesús muere en la cruz

Cuento: La ganancia del Dar
Mi nombre es Esther y con Coco comenzamos con una relación de amistad tan pura y bella que el noviazgo nació de ella como un fruto maduro. Todo era hermoso salvo la postura de mi padre, que había enviudado cuando yo era pequeña, y que se oponía férreamente a nuestra relación.  Nosotros pertenecíamos a la alta sociedad. Mi padre era dueño de una empresa constructora y por año edificaba decenas de torre de departamentos que luego vendía o alquilaba. El ingreso anual era varias veces millonario. Por otra parte, Coco, era hijo de un empleado en una carpintería, a duras penas podía hacer sus estudios universitarios de Bellas Artes.
Papá me decía que Coco era un aprovechador, un vago, un oportunista, un vividor y cuantas otras cosas se le venían a la cabeza… Un día me trató duramente diciéndome que debía elegir entre ese noviecito o él… Si prefería largarme a la aventura o permanecer siendo su familia…
Como con Coco no tenía secretos y le compartí entre lágrimas lo acontecido. Él sin decirme nada se despidió de inmediato. Por su cuenta, sin que yo lo supiera, fue a hablar con mi padre para decirle que no quería entrometerse en una familia para quebrar una relación.  Que lamentaba largamente las amarguras ocasionadas, pero que mucho más, que lo haya malinterpretado: ‘No vine a su hija ni por bienes materiales ni por sus riquezas, vine a ella por el profundo amor y respeto que le tengo. Hoy vengo a decirle que corto con ella esta relación. Una parte de mí morirá, pero lo que quede de mi persona se alegrará por ella ya que no perderá a su padre ni su fortuna’
Todo lo que habíamos construido en nuestra relación, todo lo que habíamos planificado se derrumbó del día a la noche. No respondía a mis llamados ni contestaba mis mensajes. Se terminaron las caminatas a la madrugada por la playa, las clases de pintura que me daba en su atelier, los panchitos y gaseosas de los sábados a la noche por la peatonal. El disfrutar de la naturaleza, de amaneceres y atardeceres. Todo había muerto…
Me pasaba recordando y llorando en mi habitación, hasta que un día golpearon a la puerta.  Era mi padre que me pidió permiso para entrar y me dijo: ‘Aquí tienes a tu príncipe azul’. Era Coco. Mi padre lo había ido a buscar y le había pedido perdón.
Después que me casé con Coco, mi padre, que temía perderme supo que estaba equivocado y que a la vez había ganado un hijo. Se hizo íntimo amigo de mi esposo y aprendió que la vida era algo más que trabajo, capital y negocios.  Comenzó a mirar con otros ojos.  Tal vez con los ojos de quien pintó toda esta maravilla de universo, de quien escribió esta maravillosa historia que es mi vida. Aprendió que Coco no venía a sacarnos nada sino a traernos mucho.

Decimotercera Estación
Jesús es bajado de la Cruz

Cuento: Cómo valorar la vida
Cuando Ramón cumplió 5 años sus padres lo llevaron a la casa de su tío Esteban, que vivía en el campo.  Cuando iban a regresar su tía, Margarita, le regaló una maceta con un pequeño arbolito.
Al llegar a su casa el niño comenzó a jugar con la planta, le sacaba la tierra y comenzó a arrancarle las hojas. Cuando su padre lo vio se la arrebató de sus manitos y se la llevó.  Ramón lloró amargamente, pero al poco tiempo estaba ocupado con otros juegos, de modo que olvidó el regalo que le fue quitado.
Al día siguiente su padre lo llamó y lo llevó de la mano al patio del fondo.  Allí estaba trasplantada en tierra y su papá le explicó diciendo: ‘éste es un regalo que debes cuidar, no es para que lo uses a tu gusto sino morirá, sino para que le dediques una parte de tu vida y de tu amor, para que viva él y vos te alegres en ser parte de su vida’.

 Decimocuarta Estación

Jesús es puesto en el sepulcro


Cuento: Lo que queda de mí

En un huerto el granjero plantó un durazno.  Pero con el tiempo, habiendo ya crecido, esa planta no florecía, por lo que tampoco daba fruto…
Huerto, granjero y hasta el mismo árbol, año tras año, estaban expectantes.  Tal vez, en la próxima primavera florezca…
El árbol estaba envejeciendo y ya resignado a su mala suerte cuando una mañana se sorprendió por una única flor en la punta más alta de su copa.
Un pequeño durazno se abrió paso entre los pétalos y comenzó a desarrollarse.  Todo el huerto estaba sorprendido por la manera cómo crecía ese fruto.  Tal vez no haya habido sobre la tierra otro tan grande como él.
El granjero no se animó a tomarlo ya sea pensando que se lo estaría robando al árbol, o por cierta reverencia sagrada ante una historia tan misteriosa…
Toda la euforia y orgullo de la planta se desplomó una mañana cuando una ráfaga de viento pasó para arrancar el fruto de su rama…
Ahí, al pié del árbol, el gran durazno quedó inmóvil viendo pasar los días, mientras que los días lo veían reducirse en la podredumbre.
La lluvia se encargó de dar sepultura al hijo fallecido de aquel desconsolado árbol.
La tristeza y la decepción sumaron muchos años en poco tiempo en el anciano tronco y ramas…
Ya al final de su vida, aquella planta despertó una mañana para ver, en el lugar de la sepultura, un pequeño brote.  Él se estaba yendo pero una sonrisa se dibujó en su rostro. Un nuevo arbolito había nacido.

Decimoquinta Estación

Jesús ha resucitado


Cuento: Vida Nueva

Doña Berta había quedado sola en su ranchito de campo.  Había enviudado hacía ya 30 años y sus hijas se habían casado y mudado a la ciudad.  Su endeble casita se fue deteriorando a medida que se deterioraban sus fuerzas físicas, hasta tal punto de convertirse en una tapera.  Carecía de luz eléctrica y debía buscar el agua al río que quedaba a 300 metros.  La mercadería se la llevaba un vecino que cuando volvía del pueblo se la dejaba de paso y para cocinar debía recoger leña.
Vivía del dinero que le enviaban sus hijas, pero nunca aceptó la intimación que éstas le repetían a que se fuera con ellas a la ciudad.
Un día se quebró, y después de luchar contra la corriente debió aceptar que se la llevaran de ahí.  La colocaron en un asilo donde conoció la limpieza, el cuidado y el orden. Por la mañana despertaba con música y una muchacha amable la ayudaba a llegar al comedor para desayunar.  La medicaron para subsanar una serie de deficiencias y su vida dio un giro de 180 grados.  Sus hijas la visitaban todos los días y un día les confesó:
‘Yo nací en ese ranchito de donde ustedes me sacaron. Ahí vivieron mis padres hasta que murieron. Ahí nacieron ustedes y yo las crié.  El día que tuve que abandonar esa casita creí que moría.  Me parecía que perdía todo… Pero ahora que estoy acá me digo: ‘¡Cuánta razón tenían ustedes! ¡Debí haber dejado todo aquello, que es poco y yo creí mucho para comenzar esta vida nueva!

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