Vía Crucis con cuentos
Primera Estación
Jesús es condenado a muerte
Cuento: 'El Juicio que libera'
Cuando murió Pancracio,
su alma voló al cielo donde se encontró con su ángel de la guarda que le dijo:
‘El Señor me ha pedido que te requiera un servicio… Tienes que juzgar a Jacinto
porque sabemos que él ha sido muy injusto contigo. Dinos cuál es tu apreciación.’ Pancracio hizo
un momento de silencio como para repasar escenas de su vida y dijo:
‘Jacinto siempre me
menospreció, pero indudablemente, nunca tuvo a alguien que lo valorara
debidamente. Sus agresiones no son más
que un reflejo de todas las que recibió en su vida. Debería verlo como victimario pero no puedo
verlo de otra manera que no sea de víctima.
Sufrió consigo mismo las 24 horas del día. Digo que merece reposar de todo ello y que
merece el perdón’
El ángel de la guarda
sonrió y le dijo: `Puedes pasar a gozar a la presencia del Señor. Porque tú
mismo has sido descalificante con tus propios hijos e intolerante con sus
faltas, pero tu juicio sobre Jacinto recae sobre ti, la clemencia y comprensión
que has demostrado son una puerta que has abierto para recibir la Misericordia
de Dios’.
La vida refleja lo que
das:
Si sentencias, te
condenas.
Si perdonas, te
liberas.
Si te lavas las manos,
nadie se jugará por ti.
Si te juegas por otro,
nunca estarás desamparado.
Segunda Estación
Jesús carga la cruz
Cuento: 'Más sabe Dios'
Bajo el ardiente sol de
verano, muchos cargaron sobre los hombros de Juan, los maderos de la cruz. Una
cruz por día, del trabajo a su casa, por aquel mote que lo disminuía. Una cruz
por el desprecio de su piel oscura, otra por su poca cultura, y otra por su
baja estatura, y otra…
Juan llegaba a casa
extenuado y de rodillas ante el Cristo crucificado preguntaba por qué permitía
aquello, y luego pedía alivio. Jesús le decía: El tiempo te dirá los por qué,
ahora deja a mis pies tus cruces. Yo soy tu bálsamo y fortaleza.
Muchos días pasaron y
así pasó el verano. Luego vino el
invierno: el más frío que haya habido, el más cruel y despiadado. Supo de sus enemigos que habían muerto
congelados, pero él, del pie de la cruz de su Cristo crucificado, tomó los
leños que había cargado y encendió un fuego en su hogar. El calor iluminó su casa en esas crueles
noches nevadas y Cristo sonriendo le dijo: ¿Ahora sabes por qué permitía que
cargaran los leños sobre tus hombros? Las cruces que con amor llevaste son
ahora las que te dan vida.
Tercera Estación
Jesús cae por primera vez
Cuento: ¿Puede salir el bien de un mal?
Yo soy testigo de lo
que aconteció con mi padre, don Pedro. Erguido como una ‘I’ latina, de una
rectitud inigualable. Exigente hasta el extremo con los demás. Un juez
inflexible que dejaba caer todo el rigor de sus comentarios sobre las espaldas
de las faltas ajenas. Un hombre autosuficiente que no precisaba de los demás ni
de Dios.
Un buen día lo alcanzó
una terrible enfermedad. Cayó en cama y,
en esa caída, cayeron su orgullo y altanería. No habría vuelta y, de ahí en
más, cada vez se hundía más. Entre mamá,
mis hermanos y yo, lo higienizábamos y alimentábamos.
Y, mientras su cuerpo
decaía, su espíritu reaccionó. Un día
pidió a mamá que rezara a su lado el rosario.
Luego me pidió a mí que le leyera un pasaje de las Escrituras. Y, por
fin, a mi hermana mayor, le solicitó un sacerdote. El Cura nos contó, después, que nunca en su
vida había realizado una confesión tan sincera y profunda.
Murió a los tres días
con una sonrisa en su rostro. Su cuerpo
había caído bajo el peso de la cruz de la enfermedad pero, esa misma cruz,
movilizó a su alma para que se elevase como las ramas de un árbol, en la
búsqueda de la Luz.
Cuarta Estación
Jesús encuentra a su madre
Cuento:
'Fuerza en la debilidad'
Un deportista se había
propuesto hacer una obra de beneficencia, para ello pensaba que podría superar
el record de kilómetros recorridos en carrera.
Para ello entrenó duramente, hasta que llegó el gran día. Con la presencia de un escribano y testigos
comenzó su maratónica proeza.
Estaba ya en los
últimos kilómetros cuando comenzó a sentir el golpe de la debilidad. Ese día había sido desfavorable ya que el sol
hacía sentir el furor de su fuego. El
deportista tomó la medalla que colgaba de su cuello, la apretó en su derecha, y
sintió una enorme corriente eléctrica que recorrió su cuerpo. Era como si le hubieran inyectado una dosis
de energía.
Al llegar a la meta lo
esperaban los aplausos y los periodistas.
Cuando le preguntaron a qué le debía el éxito de su hazaña respondió sin
dudar: ‘A mis madres’. Ella me dijo que
oraría por mí y me dio esta medalla de la Virgen que llevo en mi cuello. Cuando pensaba que ya no podía más me acordé
de ella y al tocar la imagen de Nuestra Señora sentí la presencia de mi mamá
con sus oraciones y el auxilio de la Virgen, mi madre celestial’
Quinta Estación
Simón de Cirene ayuda a Jesús
Cuento:
'Todo vuelve'
Cuando Felipe quedó sin
trabajo porque había quebrado la fábrica en la que trabajó durante, casi, toda
su vida, salió a buscar trabajo. Leía diariamente
el periódico donde se sentía discriminado por su edad y cuando descubría una
oportunidad, debía someterse a largas filas de candidatos para ser un
entrevistado más.
Un día estaba llegando
a una sucursal de una gran empresa divisó una fila de hombres a la cual debía
sumarse. Pasando por el costado del edificio vio una camioneta lujosa
estacionada. Un anciano bajaba cajas que
entraba por una puerta y subía por una escalera.
Él se ofreció para
ayudarlo. Prefería eso a volver a repetir la frustración de una espera
infructífera. El viejo aceptó con gusto
y él comprobó que las cajas, aunque pequeñas, eran verdaderamente pesadas.
Mientras realizaba el
trabajo el anciano le preguntó de dónde era y qué estaba haciendo. Él respondió
narrándole su situación y su desesperanza.
‘Tienes suerte, amigo’
le dijo aquel extraño. ‘Yo soy Justo Mercado, el dueño de esta cadena de
Supermercados. Tú me has ayudado, yo te
retribuiré, desde mañana tienes trabajo’
…
Cuando ayudamos a los demás con sus cargas, se alivian las nuestras…
Sexta Estación
La Verónica limpia el rostro de Jesús
Cuento: 'Para ver el Sol'
En la cima de la
montaña, un indio elevaba sus brazos hacia el sol y dejaba que su luz bañara su
rostro, aunque sus ojos estaban cerrados.
Toda su tribu honró por siempre al astro rey como a su dios, incluso su
padre había quedado ciego por eso de querer verlo todos los días. El indio hablaba con su estrella diciendo:
‘Te honraré con toda mi
alma y vida, pero tú, que eres luz, no me prives de poder gozarte. Déjame verte
sin perder mis ojos’.
El sol le respondió:
‘Tus ojos no están
preparado para ello pero puedes gozar de mi luz en todas las cosas. Todas ella me reflejan y cada una a su modo.
Cada creatura que ves, de acuerdo a su capacidad de recibirme o rechazarme,
algo tiene de mi claridad y lo expresa en la amplia gama de colores que puedes
apreciar. Puedes honrarme y disfrutarme en
ellas…’
Séptima Estación
Jesús cae por segunda vez
Cuento: 'Sobre las 'cosas''
Lo llamaban Nano, por
no decirle enano, y los empleados lo conocían con el apodo de ‘Sin piedad’, en
alusión al traro que tenía para con ellos, sin darse cuenta que ese apodo,
también le calzaba justo en lo que respecta a su nula relación con Dios, aunque
sus padres le habían enseñado el camino de la fe.
Un día, después de
haber hecho una fuerte apuesta en la bolsa de comercio, se enteró de su
pérdida. Al instante recibió un llamado diciendo que su fábrica se había
incendiado dejando un saldo de 5 víctimas fatales entre sus empleados. Cuando
llamó a la compañía de seguros se anotició de que la póliza estaba vencida por
la falta del último pago…
Como si fuera la
historia de Job, pero al revés, esta vez fue Dios quien visitó al diablo. El demonio le dijo al Señor: ‘¡Has visto a
Nano! ¡Has visto cómo ni siquiera te desprecia porque no tiene tiempo para Ti!
¡Ni siquiera te tiene en cuenta! Y el
Señor le contestó: ‘Eso porque lo has enredado en tu trampa del éxito
material. Le quitaré las cosas y verás
cómo volverá a mí…
Nano, desesperado en su
quiebra recordó a su madre, cuando algo malo le pasaba perseveraba aún más
fuerte en la fe. Cuando él necesitaba mejorar alguna nota para salvar la
materia en el colegio su madre lo enviaba a estudiar, pero antes, le enseñaba a
unir sus manos y orar pidiendo ayuda.
Se fue a una gran
catedral y cuando entró vio en un confesionario a un anciano sacerdote con el
rosario en la mano en absoluta soledad. Como si lo estuviera esperando a él. Se
acercó, se arrodilló y comenzó su confesión diciendo: ‘He estado lejos de
Dios. Me di cuenta, cuando tuve una fuerte
caída a nivel económico, que hacía mucho tiempo que estaba caído
espiritualmente. Como el hijo pródigo quiero levantarme y volver a la Casa de
mi Padre’
Al otro día la bolsa de
comercio hizo un giro imprevisto que lo dejó millonario con lo que reconstruyó
la fábrica tomando, incluso, nuevos empleados.
De la aseguradora le hablaron pidiendo disculpa porque en una falla del
sistema no se había registrado el último pago.
Cuando cobró del seguro destinó una buena parte para llevárselo a las
familias damnificadas por las pérdidas de sus seres queridos y otra parte para
donar a la Iglesia donde, cuando se manifestó pobre, había alcanzado el perdón
y el camino de regreso al Señor…
Dios volvió al Cielo,
pero antes de irse del infierno, sonriendo, le guiño el ojo al diablo
diciéndole: ‘Los bienes materiales no son malos, recuerda que soy el creador de
todo, incluso de ti. Ellos pueden ser
muy buenos cuando quien los administra tiene un corazón bueno’.
Octava Estación
Jesús consuela a las mujeres
de Jerusalén
Cuento:
'En el mismo barco'
Un grupo de tres mujeres
de muy buena posición económica… De la alta alcurnia… habían decidido realizar
un viaje en crucero. El navío que
tomaron se llamaba Titanic…
Todos conocen la
historia de éste barco y cuál fue su destino.
La cosa es que después que el buque chocó contra el iceberg, la gente se
agitaba por la cubierta de una punta a la otra, mientras que estas tres gordas,
envueltas en pieles, como simples espectadoras, vieron pasar al capitán corriendo y una de ella lo
frenó para decirle:
‘¡Capitán, no sabe
cuánto lamentamos su pérdida!’
Aquel hombre se detuvo
incrédulo por lo que escuchaba y les respondió con crudeza: ‘¡Señoras, no sean
estúpidas! ¡Preocúpense ustedes en cómo salvar sus propias vidas!’
Novena Estación
Jesús cae por tercera vez
Cuento: 'El día queTopito'
Tony, el pequeño
payasito del circo, era un niño de 8 años que hacía muy poquito trabajaba a la
par de su papá: El gran payaso Topito.
Ese día habían renovado
la rutina donde Topito cruzaría por la cuerda floja, a unos tres metros sobre
el suelo. Una altura que es baja para lo
que se estila cuando la travesía la realiza un equilibrista, pero que es alta
para un número que no contaba con una red de seguridad.
El payaso caminaba
ayudándose para el equilibrio de una pequeña sombrillita de colores. Avanzaba
exagerando el temblequeo de sus piernas. Daba pasos muy pausados, elevando
exageradamente un pie antes de apoyarlo y, cuando estaba a mitad del camino,
dramatizaba un ataque de pánico, daba la vuelta y regresaba corriendo al punto
de partida. A todo esto Tony, lo
acompañaba desde abajo estirando sus brazos como para retenerlo en caso de que
cayera.
Los gritos de terror
del padre y los del niño dándole ánimo hacían reír a todos los espectadores
cuando, desafortunadamente, un pié pisó el cordón desatado de la gran bota roja
de su otro pié.
Topito se precipitó al
piso y todo el mundo hizo una gran exclamación seguida de un silencio. Tony, llorando, se agachó para ayudarlo y
gritaba: ‘¡Papá, papá…!’. La gente no pudo contener el llanto. Pero Topito miró a su hijo y le guiñó un ojo.
Se levantó y salió caminando exagerando su cojera y gritando como payaso: ‘
Aaaaaaayyyyy que dolooooor’
La sombrillita quedó
colgada de su manija en la cuerda floja. Topito subió a la cuerda haciendo
alaridos exagerados y la gente de pié aplaudía.
Caminó, recuperó la sombrillita.
Bajó y se abrazó con su hijo para después saludar al público.
Todo el elenco del
circo recordó para siempre ese día como ‘el día que Topito cayó'. Todos menos Tony que lo recordaba como ‘el
día que papá se levantó’
Décima Estación
Despojan a Jesús de sus vestiduras
Cuento: ¿Quién eres?
Un día, Zulma, estaba
en oración reclamando ante Dios porque consideraba que no la escuchaba.
‘Yo, que hago
donaciones para Cáritas, que soy catequista de los niños que se preparan a la
confirmación, que me presto de voluntaria para limpiar el Templo…’ Y la lista
seguía largamente… ‘Te pido que me ayudes y ¿no me escuchas…?’
Jesús se apareció a
Zulma y ante la sorpresa de ésta, le preguntó: ‘¿Quién eres?’
La mujer, sorprendida
respondió: ‘¿Cómo que quién soy? ¿No me conoces? ¡Soy Zulma!’
Jesús sonrió y le dijo:
‘No te pregunté el nombre sino ¿quién eres?
-
‘Soy
la catequista de comunión… de la Parroquia ‘San
Mateo’, a veces limpio el pi…’
- ¿Te pregunté cuáles eran tus trabajos
en la comunidad? – Interrumpió el Señor
- ‘Soy la esposa de Julián, mamá de
Pedro y pablo’
-
Yo
no te pregunté ni con quién te casaste ni a quién pariste. Te pregunto: ¿Quién eres?
Zulma desahuciada y
desconcertada le respondió: ‘Yo vivo… Ya sé’ – reaccionó- ‘Me vas a decir que
no me preguntaste la dirección. Si te
digo que soy mujer, me vas a decir que no me preguntaste cuál es mi sexo’
–Después de un silencio dijo: ‘No sé quien soy’
-
‘Cuando
te dirijas a mí no te presentes con títulos ni pretensiones. No preciso de tu
‘curriculum vitae’. Despójate de todo lo que no eres tú. Ven a mí como ese
misterio que permanece insondable a tu propio conocimiento. Tú, creatura e hija del Dios Altísimo, no
sabes de tu valor, ya que pudiste pensar que, a pesar de que die di mi vida por
ti, no eres digna de ser escuchada por mí’
-
‘Perdón,
Señor. Así como me veo ahora, despojada
de todo, sé que te he pedido cosas superficiales, como para aumentar la
cobertura de mi ego. Así, despojada de
todo, ahora sé que ya me lo diste todo, porque sólo Tú me bastas’
Decimoprimera Estación
Jesús es crucificado
Cuento: Pasión y Acción
Doña Clara había sido, desde siempre, la misma mujer inquieta moradora en
el mismo barrio de ‘Cruz alta’. Llevaba
el pan al necesitado, visitaba al enfermo, consolaba al triste, rezaba el
Rosario en los velatorios… Pero un día la gente la extrañó, ya no salía de
casa. Había sufrido una caída y, por eso de la edad, ya no pudo levantarse de
la silla de ruedas.
Una amiga suya, Sara, que la fue a visitar se lamentaba de su suerte
diciéndole de cuántas personas sufrían su ausencia por la falta de su caridad.
Doña Clara esperó con paciencia a que su amiga terminara su discurso y luego
con amabilidad le dijo:
‘Te equivocas, Sara… Desde que estoy aquí, anclada a esta silla, no me he
retirado de esta imagen de Cristo crucificado.
Meditando en su pasión aprendí que Él hizo mucho en sus tres años de
ministerio: predicó, curó y alimentó multitudes… Pero cuando fue clavado en la
cruz hizo mucho más por toda la gente de su época y por las personas de todos
los tiempos. Así que yo, humildemente,
sintiendo que comparto su suerte en la cruz, estoy rezando por la paz del
mundo, por los angustiados, por los hambrientos y desnudos, por las almas del
purgatorio… La paz que recibo durante mis oraciones me dan la pauta de la
eficacia de las mismas… Dile a nuestros vecinos que no me olvidé de ellos. Todos
los días los pongo en manos del Señor.
Decimosegunda Estación
Jesús muere en la cruz
Cuento: La ganancia del Dar
Mi nombre es Esther y
con Coco comenzamos con una relación de amistad tan pura y bella que el
noviazgo nació de ella como un fruto maduro. Todo era hermoso salvo la postura
de mi padre, que había enviudado cuando yo era pequeña, y que se oponía
férreamente a nuestra relación. Nosotros
pertenecíamos a la alta sociedad. Mi padre era dueño de una empresa
constructora y por año edificaba decenas de torre de departamentos que luego
vendía o alquilaba. El ingreso anual era varias veces millonario. Por otra
parte, Coco, era hijo de un empleado en una carpintería, a duras penas podía
hacer sus estudios universitarios de Bellas Artes.
Papá me decía que Coco
era un aprovechador, un vago, un oportunista, un vividor y cuantas otras cosas
se le venían a la cabeza… Un día me trató duramente diciéndome que debía elegir
entre ese noviecito o él… Si prefería largarme a la aventura o permanecer
siendo su familia…
Como con Coco no tenía
secretos y le compartí entre lágrimas lo acontecido. Él sin decirme nada se
despidió de inmediato. Por su cuenta, sin que yo lo supiera, fue a hablar con
mi padre para decirle que no quería entrometerse en una familia para quebrar
una relación. Que lamentaba largamente
las amarguras ocasionadas, pero que mucho más, que lo haya malinterpretado: ‘No
vine a su hija ni por bienes materiales ni por sus riquezas, vine a ella por el
profundo amor y respeto que le tengo. Hoy vengo a decirle que corto con ella
esta relación. Una parte de mí morirá, pero lo que quede de mi persona se
alegrará por ella ya que no perderá a su padre ni su fortuna’
Todo lo que habíamos
construido en nuestra relación, todo lo que habíamos planificado se derrumbó
del día a la noche. No respondía a mis llamados ni contestaba mis mensajes. Se
terminaron las caminatas a la madrugada por la playa, las clases de pintura que
me daba en su atelier, los panchitos y gaseosas de los sábados a la noche por
la peatonal. El disfrutar de la naturaleza, de amaneceres y atardeceres. Todo
había muerto…
Me pasaba recordando y
llorando en mi habitación, hasta que un día golpearon a la puerta. Era mi padre que me pidió permiso para entrar
y me dijo: ‘Aquí tienes a tu príncipe azul’. Era Coco. Mi padre lo había ido a
buscar y le había pedido perdón.
Después que me casé con
Coco, mi padre, que temía perderme supo que estaba equivocado y que a la vez
había ganado un hijo. Se hizo íntimo amigo de mi esposo y aprendió que la vida
era algo más que trabajo, capital y negocios.
Comenzó a mirar con otros ojos.
Tal vez con los ojos de quien pintó toda esta maravilla de universo, de
quien escribió esta maravillosa historia que es mi vida. Aprendió que Coco no
venía a sacarnos nada sino a traernos mucho.
Decimotercera Estación
Jesús es bajado de la Cruz
Cuento: Cómo valorar la vida
Cuando Ramón cumplió 5
años sus padres lo llevaron a la casa de su tío Esteban, que vivía en el
campo. Cuando iban a regresar su tía,
Margarita, le regaló una maceta con un pequeño arbolito.
Al llegar a su casa el
niño comenzó a jugar con la planta, le sacaba la tierra y comenzó a arrancarle
las hojas. Cuando su padre lo vio se la arrebató de sus manitos y se la
llevó. Ramón lloró amargamente, pero al
poco tiempo estaba ocupado con otros juegos, de modo que olvidó el regalo que
le fue quitado.
Al día siguiente su
padre lo llamó y lo llevó de la mano al patio del fondo. Allí estaba trasplantada en tierra y su papá
le explicó diciendo: ‘éste es un regalo que debes cuidar, no es para que lo
uses a tu gusto sino morirá, sino para que le dediques una parte de tu vida y
de tu amor, para que viva él y vos te alegres en ser parte de su vida’.
Decimocuarta Estación
Jesús es puesto en el sepulcro
Cuento: Lo que queda de mí
En un huerto el granjero plantó un durazno. Pero con el tiempo, habiendo ya crecido, esa
planta no florecía, por lo que tampoco daba fruto…
Huerto, granjero y hasta el mismo árbol, año tras año, estaban
expectantes. Tal vez, en la próxima
primavera florezca…
El árbol estaba envejeciendo y ya resignado a su mala suerte cuando una
mañana se sorprendió por una única flor en la punta más alta de su copa.
Un pequeño durazno se abrió paso entre los pétalos y comenzó a
desarrollarse. Todo el huerto estaba
sorprendido por la manera cómo crecía ese fruto. Tal vez no haya habido sobre la tierra otro
tan grande como él.
El granjero no se animó a tomarlo ya sea pensando que se lo estaría
robando al árbol, o por cierta reverencia sagrada ante una historia tan
misteriosa…
Toda la euforia y orgullo de la planta se desplomó una mañana cuando una
ráfaga de viento pasó para arrancar el fruto de su rama…
Ahí, al pié del árbol, el gran durazno quedó inmóvil viendo pasar los
días, mientras que los días lo veían reducirse en la podredumbre.
La lluvia se encargó de dar sepultura al hijo fallecido de aquel
desconsolado árbol.
La tristeza y la decepción sumaron muchos años en poco tiempo en el
anciano tronco y ramas…
Ya al final de su vida, aquella planta despertó una mañana para ver, en
el lugar de la sepultura, un pequeño brote.
Él se estaba yendo pero una sonrisa se dibujó en su rostro. Un nuevo
arbolito había nacido.
Decimoquinta Estación
Jesús ha resucitado
Cuento: Vida Nueva
Doña Berta había
quedado sola en su ranchito de campo.
Había enviudado hacía ya 30 años y sus hijas se habían casado y mudado a
la ciudad. Su endeble casita se fue
deteriorando a medida que se deterioraban sus fuerzas físicas, hasta tal punto
de convertirse en una tapera. Carecía de
luz eléctrica y debía buscar el agua al río que quedaba a 300 metros. La mercadería se la llevaba un vecino que
cuando volvía del pueblo se la dejaba de paso y para cocinar debía recoger leña.
Vivía del dinero que le
enviaban sus hijas, pero nunca aceptó la intimación que éstas le repetían a que
se fuera con ellas a la ciudad.
Un día se quebró, y
después de luchar contra la corriente debió aceptar que se la llevaran de
ahí. La colocaron en un asilo donde
conoció la limpieza, el cuidado y el orden. Por la mañana despertaba con música
y una muchacha amable la ayudaba a llegar al comedor para desayunar. La medicaron para subsanar una serie de
deficiencias y su vida dio un giro de 180 grados. Sus hijas la visitaban todos los días y un
día les confesó:
‘Yo nací en ese
ranchito de donde ustedes me sacaron. Ahí vivieron mis padres hasta que
murieron. Ahí nacieron ustedes y yo las crié.
El día que tuve que abandonar esa casita creí que moría. Me parecía que perdía todo… Pero ahora que
estoy acá me digo: ‘¡Cuánta razón tenían ustedes! ¡Debí haber dejado todo
aquello, que es poco y yo creí mucho para comenzar esta vida nueva!
No hay comentarios:
Publicar un comentario