Testimonio de vida de Tagore
Tagore, desde el nacimiento, tuvo un defecto en la
vista que le hacía ver las cosas borrosas y confusas, pero él no sabía que eso
fuera un defecto. Es decir, él no sabía que el mundo, con sus líneas de algodón
y fondo oscuro como él lo veía, no era el mundo real.
Nunca pudo quejarse con sus padres o buscar un
remedio. Veía lo suficiente para reconocer a las personas cuando se acercaban a
él, para andar por casa y aún por la calle, para jugar con sus amigos etc. Y
con esa visión imperfecta vivió varios años, sin sospechar que era un defecto.
Un día estaba jugando con otros chicos y uno de
ellos llevaba gafas. Entonces él, en broma, tomó las gafas de aquel otro chico
y se las puso. Y entonces ocurrió el milagro. Comenzó a ver de repente como
siempre debería haber visto, como los demás veían, como las cosas eran en
movimiento, con súbito encanto y belleza insospechada.
Tuvo dos sentimientos claros y opuestos, tan
marcados y precisos que los recordaba cuando, muchos años más tarde, describió
esa experiencia en una charla a sus compañeros de oración.
El primer sentimiento fue de alegría y gozo
irresistible al ver por vez primera un mundo tan bello, con perfección exacta
de líneas y colores. Alegría íntima que se reflejó en sus ensayos y poemas y en
su entender la vida y entender a Dios providente y creador, amante de los
hombres que cuida nuestro mundo y nuestra vida con su saber y su amor.
Y luego el segundo sentimiento, tan fuerte y agudo
como el primero, aunque opuesto a él. Un sentimiento de tristeza y enojo, casi
de indignación contra sí mismo, de protesta contra todo aquello que, sin que él
lo supiese, había mantenido tanto tiempo a sus ojos prisioneros, ignorantes
hasta entonces de la belleza que los rodeaba.
La fe es interpretar la existencia con los mismos
ojos de Dios, como la misma mente de Dios como se nos manifestó en Cristo
Jesús.
Lo que sucedió a Tagore de niño cuando nació casi
ciego, es lo que está sucediendo a la gran mayoría de los hombres. Sólo una
pequeña minoría conoce a Jesucristo. La Iglesia es la comunidad de los que
creen en el Señor y sienten la necesidad de comunicar su fe. Pero, la gran
mayoría de los hombres, más de un ochenta por ciento, no conocen el verdadero
Dios ni el auténtico sentido de la vida. Viven como casi ciegos en un mundo que
no saben interpretar según su auténtico sentido. Cuando uno se convierte a la
fe descubre a Jesucristo y pasa a vivir una vida auténtica y con sentido. El
cristiano sabe quien es, qué vale la vida, cuáles son los auténticos valores
que hay que buscar más y por en cima de todos los demás. Si su fe es auténtica,
juzgará todas las cosas y acontecimientos de la vida con esta luz nueva que le
viene de la fe.

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