miércoles, 14 de octubre de 2020

XLI - José, en Casa de Potifar

 


 

Clave de lectura de la catequesis de hoy:


La lectura de lo acontecido con José nos debe llevar a poner nuestras vidas en paralelo... Y considerar cómo, todo lo que sucede es parte de un entrenamiento que el Señor realiza en nosotros para acceder a bienes mayores.

La primera impresión es que lo malo es señal de que Dios largó nuestra mano, pero en José vemos cómo todo lo fue preparando para llegar a ser la mano derecha del Faraón y desde ahí salvar, incluso a los hermanos que le quisieron muerto... Paralelismo que podemos trazar, también, con Jesucristo.

 


Lo que encontramos en el Génesis:



José, una vez vendido por sus hermanos a los ismaelitas, al continuar con la caravana de sus nuevos amos, debió ver las alturas de su Hebrón en la distancia, donde, sin sospechar nada, su padre esperaba la vuelta de su hijo favorito.

Luego lo encontramos de nuevo en el mercado de esclavos. Allí, «Potifar, oficial de Faraón, capitán de la guardia, varón egipcio, lo compró de los ismaelitas». El nombre Potifar aparece a menudo en los monumentos de Egipto y significa: «Dedicado a Ra», o el sol.

El oficio de Potifar en la corte de Faraón era el de capitán de la guardia personal del rey. En casa de Potifar a José le sucedió como en la suya propia.

José era fiel, honrado, justo y concienzudo, porque sirviendo a su señor terrenal, servía al celestial, cuya presencia siempre sentía. De acuerdo con esto, «Yahveh estaba con él», y « hacía prosperar en su mano, todo lo que él hacía».

Su señor no tardó en darse cuenta de ello. De ser un esclavo doméstico común fue ascendido a «mayordomo de su casa, y entregó en su poder todo lo que tenía».

La confianza ejercida no se equivocó. En adelante la bendición de Yahveh estaba sobre todo lo que Potifar tenía, y él «dejó todo lo que tenía en mano de José; y no se preocupaba de cosa alguna, sino del pan que comía».

El conocimiento previo de José sobre el cuidado de los rebaños, y tal vez como labrador de la tierra, y su carácter íntegro, le hacía perfectamente apto para el puesto como mayordomo.

José, fue preparado, por medio de una tentación y una prueba, exterior e interior, para la posición que tenía que ocupar.

La belleza que había heredado de su madre le exponía a las malvadas sugerencias de parte de la esposa de su señor. José se resistió firmemente, tanto por su sentido de integridad ante su señor, como, y muy especialmente, por el temor de «este gran mal y pecado contra Dios». Pero parecía que sus principios solo sirvieron para acarrearle lo peor. Como suele suceder, la pasión violenta de la mujer se convirtió en odio igualmente violento, y con toda malicia le tramó una falsa acusación.

Tenemos razones para creer que Potifar no podía en modo alguno creer la historia de su mujer. Porque el castigo que recibían los acusados de tal acto, era mucho más severo del que recibió José. Potifar le entregó a la cárcel del rey, de la cual, como jefe de la guardia personal, él era el superintendente.


El contraste entre sus antiguos sueños proféticos y su condición actual no podía ser mayor. Pero a pesar de ello José permaneció firme. Y, como si quisiera mostrarnos el otro contraste entre la fe y el ver, el texto sagrado afirma manifiestamente: «pero Yahveh estaba con José, y le extendió su misericordia, y le dio gracia en los ojos del jefe de la cárcel». A medida que su integridad se manifestaba más y más, le fueron confiando el cuidado de los prisioneros; y «lo que él hacía, Yahveh lo prosperaba», finalmente todo el mando de la cárcel pasó a sus manos. Así, también en esta ocasión Yahveh demostró ser un fiel Dios del pacto. Pero todavía debe «la paciencia, tener su obra perfecta».

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