LA ESPIRITUALIDAD DEL CATEQUISTA
JOSÉ MINGUET MICÓ
EL CATEQUISTA Y SU CARISMA
Creo que nadie, de
entre los creyentes cristianos, ha dejado de tener, en un momento u otro de su
vida de fe, a esa persona amable, abnegada, un poco mayor o tal vez joven, que
le ha ayudado a «pasar» los cursos de preparación a algún sacramento.
Junto con el maestro
de la infancia, es una de las personas que han dejado más huella en casi todos
los niños y niñas del mundo creyente.
Había algo de
especial, que no tenían las demás personas a las que conocíamos en la iglesia
de pueblo o en las reuniones parroquiales. El catequista dejaba detrás de sí
como una estela de bien hacer, bondad, comprensión o no sé qué, que quedó grabada
en nuestra mente.
El ser catequista es
una bendición, que nunca agradeceremos bastante. Sólo cuando lleguemos al Más
Allá, nos daremos cuenta del papel realizado en la tarea de la evangelización.
Porque ser catequista
es un carisma, sencillo y humilde, es verdad, pero en definitiva es una gracia
del Espíritu Santo, que, como todo carisma y como dice el Catecismo, está
«ordenado a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las
necesidades del mundo».
Pero ser catequista
no es fácil, ni complicado tampoco, sencillamente es algo que llega, siempre
está la llamada, se vive y sin darse cuenta se hace realidad en el ámbito del
ser cristiano.
Por el bautismo y la
confirmación, es verdad, todos los laicos podemos y debemos ser testigos del
anuncio del Evangelio, pero no todos lo somos. Por eso no demos como supuesto lo
que se tiene que demostrar. No caigamos en las afirmaciones de lo que debería
ser y partamos de lo que es la realidad.
A la hora de la
verdad, de poco sirve creer en las suposiciones, si éstas se quedan en la
esfera de lo que pudo haber sido y no fue.
El catequista es un
bautizado y confirmado. Es cierto. Sin estas premisas no existe la posibilidad de
ser. Pero no es igual ser que estar. Y estar bautizado o confirmado, lo están
todos aquellos que han recibido el sacramento, pero ser es una realidad que se
puede ver y experimentar, básica en aquellos que son llamados a catequizar,
para aquéllos a los que se les ha dado este carisma y para los cuales la vida
es el vehículo que lleva a todas partes lo que anuncia.
El catequista es el
bautizado y confirmado, que, teniendo como base el ser y no el estar, se siente
llamado a colaborar en el campo de la evangelización, con una acción eclesial
propia, para la que necesita una vida espiritual con unas características definidas,
según su carisma propio.
Tal vez alguien
piense que esto es propio de todo cristiano y tiene razón, porque todos estamos
llamados a realizar esta tarea, pero la realidad no es ésta. Son muy pocos los
que consiguen llegar con su vida a los demás y encima convencerles de que aquí
está la verdad. Sí, deberíamos pasar por la vida dejando un reguero de verdad y
vida, que llenara a las gentes, que comparten nuestro mundo, de una esperanza a
la que aspiran y no llegan. Ésta es la misión del ser cristiano, pero mientras llega
esa hora, nos tenemos que atener a lo que existe. Y la verdad es que no nos
sale. Pero a ellos sí. Porque ésta es su misión y su carisma.
La teoría la sabemos
pero no la interpretamos o como dirían algunos, sabemos la letra pero no la
música. Desafinamos. Por eso es necesario que nos planteemos el ser del
catequista y descubramos su espiritualidad, para que sea como el pedagogo que
enseñe a los demás a vivir la fe.
Si partimos de lo que
tenemos y queremos ir a lo que deberíamos tener en nuestras comunidades, ésta
sería una buena base para ello, por la que bien vale parar un poco el hacer y
dedicarle un tiempo al ser, sabiendo que el resultado va a damos una amplitud y
una profundidad que sin catequistas no la vamos a lograr. El nuevo Catecismo
espera ser leído y aplicado para que las nuevas generaciones puedan
beneficiarse de su contenido, el de siempre, pensado para el hombre de hoy. Por
eso el catequista tendrá que actualizarse, pero sobre todo revisar su propia
espiritualidad y acentuar aquellos aspectos que se requieren como más
definidos, en su propio carisma, para poder llegar con mayor claridad y
efectividad a la sociedad actual.
Si siempre ha sido
importante ser catequista, hoy lo es todavía más, por la urgencia de agentes,
que, utilizando el nuevo material, aporten a la evangelización nueva su
vivencia.
Sentirse llamados o
descubrir que lo estamos, es algo maravilloso.
Es un acontecimiento,
que vale la pena valorar en su dimensión, para poder vivir en el agradecimiento
y la alabanza y la bendición continuas. Este carisma bien vale la pena.
Que Dios se fíe de
nosotros y ponga en nuestras manos el destino de su palabra y el futuro de
nuestros catecúmenos es todo un acontecimiento a celebrar.
Por eso es necesario
meditar, entrar en nuestro interior, en el silencio del retiro y pedir la luz
para poder ver con claridad la llamada. Porque no hay que oír, sino ver con
claridad lo que oímos. Ellos también querrán ver lo que oyen de nosotros y les
tendremos que enseñar. Es labor de tiempo de oración, pero se consigue. Dios
habla y actúa para que veas con claridad lo que te está diciendo. Su Palabra
acampó entre nosotros.
Y vimos al Hijo de
Dios entre nosotros.
El catequista, ese
llamado por Dios, que en este momento histórico está esperando la humanidad,
puedes ser tú. No estaría de más que entráramos en el fenómeno del profetismo
en Israel. Dios llama con fuerza a los que quiere que sean sus mensajeros y
anunciadores de su Palabra. No les fue fácil a muchos de ellos, al contrario
ofrecieron resistencia o buscaron excusas. Pero Dios estaba allí para
ayudarles. El capítulo 6 de Isaías es para tenerlo presente siempre. Ya no hay
carencias, ni pecados, ni falsas humildades, solamente Dios, que llama y tu
respuesta personal de ponerte a punto, con el carbón encendido de la misión
encomendada en la boca de catequista, confiando que el resto, como siempre, lo
ponga Él.
Porque el catequista
no es un mero trasmisor de doctrina escrita y formulada, más o menos, en unos
textos adaptados a la mentalidad del catecúmeno, sino un comunicador de vida, de
la vida que él mismo ha descubierto en su camino de fe y ha optado por ella,
configurando todo su ser y actuar a esta manera de vivir, según el carisma
recibido. Difícil, es cierto, pero posible.
Y hoy, más que nunca,
el mundo espera la vida iluminada de los llamados, que han sabido dar la
respuesta: ser catequistas.
El esfuerzo realizado
en el Catecismo, bien vale la pena, el otro esfuerzo personal, individual, de
aceptación de un carisma tan bonito como universal, necesario en un mundo de
increencia que necesita ser re evangelizado y más aún catequizado de verdad.

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